

Los traumatismos son una lesión física por impacto externo que afecta a millones de personas anualmente, y comprender su diagnóstico, tratamiento y recuperación es esencial para minimizar complicaciones y lograr la mejor recuperación funcional posible.
Un traumatismo es una lesión física que sufre tu cuerpo cuando recibe un impacto externo, ya sea mecánico, energético o de otra naturaleza. Piensa en tu organismo como una estructura perfectamente equilibrada: cuando una fuerza externa —desde una caída hasta un accidente de tráfico— actúa sobre él, puede alterar este equilibrio y provocar daños en tejidos, huesos, articulaciones, órganos o incluso en el sistema nervioso.
Su importancia clínica radica en su enorme prevalencia y su capacidad para generar complicaciones secundarias que, en casos graves, pueden comprometer la vida. Para entenderlo mejor, imagina que tu cuerpo es como un edificio bien estructurado: cuando un terremoto (el traumatismo) sacude sus cimientos, puede afectar desde una pequeña grieta en la pared (una contusión leve) hasta el colapso de una columna completa (una fractura grave con lesiones asociadas).
Los traumatismos son una de las principales causas de muerte y discapacidad a nivel mundial, especialmente en población joven, lo que supone un impacto sanitario, social y económico considerable.
Cualquier persona está expuesta a sufrir un traumatismo a lo largo de su vida, aunque ciertos factores aumentan significativamente el riesgo.
Factores no controlables:
Factores controlables:
Los traumatismos pueden presentarse de formas muy diversas según la zona del cuerpo afectada y la intensidad del impacto.
Síntomas generales más frecuentes:
Cuando sufres un traumatismo, tu cuerpo activa inmediatamente respuestas de alarma. El dolor en la zona afectada suele ser el primer síntoma que percibes, con una intensidad variable desde molestias leves hasta dolor intenso incapacitante. Paralelamente, se produce inflamación o hinchazón visible acompañada frecuentemente por la aparición de hematomas (moretones) por rotura de pequeños vasos sanguíneos bajo la piel.
La dificultad o imposibilidad para mover la zona lesionada es otra manifestación característica, especialmente cuando hay afectación articular u ósea. Si existe rotura de la piel, observarás sangrado activo que puede variar desde leve hasta profuso. En traumatismos graves, puedes experimentar mareos, confusión, náuseas o incluso pérdida del conocimiento si hay afectación del sistema nervioso central.
Signos clave que indican derivación urgente al especialista:
Debes acudir inmediatamente a urgencias o contactar con un traumatólogo si presentas alguno de estos signos de alarma:
El proceso diagnóstico de un traumatismo comienza con una evaluación clínica sistemática y completa desde el primer contacto con el paciente.
Anamnesis y exploración física inicial:
Como primer paso, tu médico realizará una historia clínica detallada preguntándote sobre el mecanismo del traumatismo (¿cómo ocurrió?), el tiempo transcurrido desde el accidente, los síntomas que presentas y tus antecedentes médicos relevantes. Esta información es fundamental para orientar el diagnóstico y descartar lesiones ocultas.
La exploración física seguirá habitualmente el protocolo ABCDE de evaluación del paciente traumatizado, especialmente en casos graves: valoración de la vía aérea y control cervical, respiración y ventilación, circulación y control de hemorragias, evaluación neurológica (nivel de consciencia) y exposición completa del paciente para identificar todas las lesiones. En traumatismos leves o moderados, se realizará una exploración dirigida a la zona afectada, evaluando dolor a la palpación, presencia de deformidad, rango de movilidad, estabilidad articular, sensibilidad y pulsos distales.
Pruebas complementarias:
Una vez realizada la exploración clínica, tu especialista decidirá qué pruebas diagnósticas son necesarias según el tipo y gravedad de la lesión sospechada.
Radiografías simples: constituyen la prueba de primera elección para evaluar el sistema óseo. Son rápidas, indoloras y permiten detectar fracturas, luxaciones y cuerpos extraños radiopacos. Se solicitan habitualmente proyecciones en dos planos perpendiculares (frontal y lateral) de la zona afectada.
Tomografía computarizada (TC): representa la técnica de imagen más sensible y específica en el contexto del traumatismo grave. Proporciona imágenes detalladas en múltiples planos y permite evaluar simultáneamente hueso, partes blandas, órganos internos y vasos sanguíneos. Es la prueba diagnóstica de elección en traumatismos craneoencefálicos, torácicos, abdominales y pélvicos complejos.
Ecografía (E-FAST): cada vez más utilizada en la evaluación inicial del paciente traumatizado inestable, permite detectar rápidamente líquido libre en abdomen (sangre), neumotórax o hemotórax sin necesidad de traslado.
Resonancia magnética (RM): aunque menos accesible en urgencias, resulta especialmente útil para valorar lesiones de partes blandas (ligamentos, tendones, músculos, cartílago) y lesiones medulares o cerebrales sutiles.
Analítica sanguínea: incluye hemograma completo, coagulación, bioquímica con función renal y hepática, y pruebas cruzadas para posible transfusión en traumatismos graves con sangrado significativo.
Escalas de valoración clínica: en traumatismos graves se utilizan escalas validadas como la Escala de Coma de Glasgow (GCS) para evaluar el nivel de consciencia, el Injury Severity Score (ISS) para cuantificar la gravedad global del traumatismo y el Revised Trauma Score (RTS) como predictor de mortalidad.
El tratamiento del traumatismo persigue tres objetivos principales: controlar el dolor y la inflamación inicial, restaurar la anatomía y función de las estructuras dañadas, y prevenir complicaciones a corto y largo plazo. La elección del tipo de tratamiento depende de múltiples factores como la gravedad de la lesión, su localización, las características del paciente (edad, comorbilidades, demanda funcional) y la presencia de lesiones asociadas.
El tratamiento conservador o no quirúrgico constituye la primera opción terapéutica para la mayoría de traumatismos leves y moderados. Consiste fundamentalmente en el reposo relativo de la zona afectada, la inmovilización mediante vendajes, férulas o yesos para facilitar la cicatrización tisular y la consolidación ósea, y la aplicación de medidas físicas como crioterapia (aplicación de frío local durante 15-20 minutos cada 2-3 horas) en las primeras 48-72 horas para reducir inflamación y dolor.
El acrónimo RICE resume los pilares del tratamiento conservador inicial: Rest (reposo), Ice (hielo), Compression (compresión mediante vendaje) y Elevation (elevación del miembro afectado por encima del nivel del corazón). Actualmente algunos autores proponen evolucionar hacia el protocolo POLICE, que sustituye el reposo absoluto por protección con ortesis y carga óptima progresiva según tolerancia, estimulando así una recuperación más funcional.
El tratamiento conservador está especialmente indicado en contusiones, esguinces grados I y II, fracturas no desplazadas o con desplazamiento mínimo, y traumatismos de partes blandas sin ruptura completa. La evidencia científica respalda su eficacia en estos casos, con tasas de consolidación superiores al 90% en fracturas estables y recuperación completa funcional en 6-12 semanas para esguinces leves.
El tiempo de inmovilización varía según la lesión: desde 2-3 semanas en esguinces leves hasta 6-8 semanas en fracturas simples, siempre individualizado según la evolución clínica y radiológica. Las principales contraindicaciones del tratamiento conservador incluyen fracturas con desplazamiento importante que comprometen la función, lesiones vasculares o nerviosas asociadas, fracturas intraarticulares complejas, y falta de cooperación del paciente para seguir las restricciones necesarias.
El tratamiento quirúrgico se reserva para traumatismos que no pueden resolverse adecuadamente mediante medidas conservadoras o cuando existe riesgo de complicaciones graves. Los objetivos de la cirugía son lograr una reducción anatómica precisa de las fracturas y luxaciones, conseguir una fijación estable que permita movilización precoz, descomprimir estructuras nerviosas o vasculares comprometidas, y reparar lesiones de tejidos blandos asociadas.
Las técnicas quirúrgicas más empleadas incluyen la osteosíntesis mediante placas y tornillos, clavos endomedulares o fijadores externos para fracturas, artroscopia para reparación de ligamentos y meniscos, y cirugía abierta para reconstrucciones complejas o politraumatismos.
Está indicada cuando existe fractura con desplazamiento significativo, fractura abierta con exposición ósea, compromiso neurovascular que requiere exploración urgente, fracturas intraarticulares que afectan la superficie articular, síndrome compartimental que precisa fasciotomía descompresiva, y politraumatismo con lesiones múltiples que requieren estabilización para manejo del paciente crítico.
Las guías de práctica clínica basadas en evidencia (Brain Trauma Foundation, American Association for the Surgery of Trauma) establecen recomendaciones específicas para cada tipo de lesión traumática. El tiempo de recuperación postquirúrgica varía ampliamente: desde 3-6 meses en fracturas simples hasta 12-24 meses en lesiones complejas con afectación articular.
Entre las contraindicaciones relativas se encuentran el estado general grave del paciente que no tolere anestesia, infecciones activas en la zona quirúrgica, y traumatismos de muy baja energía en pacientes ancianos con alta comorbilidad donde el beneficio quirúrgico sea limitado. Las complicaciones quirúrgicas pueden incluir infección de la herida quirúrgica (2-5% de los casos), sangrado postoperatorio, lesión yatrogénica de estructuras nerviosas o vasculares, falta de consolidación o pseudoartrosis (5-10%), y rigidez articular postoperatoria.
El tratamiento farmacológico del traumatismo se centra principalmente en el control del dolor y la inflamación asociados a la lesión.
Analgésicos no opioides: el paracetamol es el analgésico de primera línea para dolor leve a moderado, con dosis habituales de 500-1000 mg cada 6-8 horas en adultos, sin superar 4 gramos diarios. Actúa sobre el sistema nervioso central reduciendo la percepción del dolor. Es seguro y bien tolerado a las dosis recomendadas, aunque puede causar daño hepático grave si se excede la dosis máxima o se combina con alcohol.
Antiinflamatorios no esteroideos (AINEs): incluyen ibuprofeno (400-600 mg cada 6-8 horas), naproxeno (500 mg cada 12 horas), dexketoprofeno (25 mg cada 8 horas) y diclofenaco (50 mg cada 8 horas). Actúan bloqueando las enzimas COX-1 y COX-2 implicadas en la síntesis de prostaglandinas responsables del dolor y la inflamación. Son especialmente efectivos en traumatismos con componente inflamatorio importante como esguinces, contusiones y fracturas.
La evidencia científica respalda su uso a corto plazo (máximo 7-10 días) con nivel de recomendación A según las guías clínicas. Sin embargo, estudios recientes sugieren que el uso prolongado de AINEs podría interferir con los procesos naturales de reparación tisular al inhibir la inflamación fisiológica necesaria para la cicatrización.
Los principales efectos secundarios incluyen molestias gastrointestinales (náuseas, dolor epigástrico, úlcera péptica), aumento del riesgo cardiovascular en tratamientos prolongados, alteración de la función renal y mayor riesgo de sangrado. Están contraindicados en pacientes con úlcera péptica activa, insuficiencia renal grave, insuficiencia cardiaca descompensada, tercer trimestre de embarazo y alergia conocida a AINEs.
Opioides: reservados para dolor moderado-severo que no responde a analgésicos convencionales, incluyen tramadol (50-100 mg cada 6-8 horas), codeína y morfina en traumatismos graves. Actúan sobre receptores opioides del sistema nervioso central bloqueando la transmisión del dolor. Están indicados en el manejo agudo del dolor traumático intenso, especialmente en fracturas complejas, politraumatismos y postoperatorio inmediato.
Su uso debe ser limitado en el tiempo (máximo 3-7 días) debido al riesgo de tolerancia, dependencia física y adicción, además de efectos secundarios como somnolencia, estreñimiento, náuseas y depresión respiratoria a dosis altas.
La fisioterapia traumatológica es fundamental para conseguir una recuperación completa tras un traumatismo, tanto si ha precisado cirugía como si se ha tratado de forma conservadora.
Los objetivos principales de la fisioterapia son reducir el dolor y la inflamación residuales, recuperar el rango completo de movimiento articular, restaurar la fuerza muscular perdida durante la inmovilización, reeducar los patrones de movimiento normales y prevenir recaídas o lesiones futuras.
Las técnicas más empleadas incluyen terapia manual (movilizaciones articulares, masaje terapéutico, liberación miofascial), ejercicio terapéutico progresivo adaptado a cada fase de recuperación, electroterapia (ultrasonidos, TENS, láser) para control del dolor y aceleración de la cicatrización, crioterapia y termoterapia según la fase de la lesión, vendaje funcional o neuromuscular (kinesiotaping), reeducación propioceptiva para recuperar el control neuromuscular, y educación al paciente sobre su lesión y prevención.
La evidencia científica demuestra que la fisioterapia precoz, iniciada tan pronto como sea clínicamente seguro, acorta significativamente los tiempos de recuperación y mejora los resultados funcionales a largo plazo. El programa de rehabilitación típicamente progresa por tres fases: fase aguda (primeros 7-14 días) centrada en control de inflamación, dolor y movilización pasiva suave; fase subaguda (2-6 semanas) con introducción de movilidad activa y fortalecimiento inicial; y fase de fortalecimiento avanzado (6 semanas en adelante) con ejercicios de carga progresiva y retorno gradual a actividades previas.
La duración total del tratamiento fisioterápico varía ampliamente según la gravedad de la lesión: desde 4-8 semanas en traumatismos leves hasta 6-12 meses en lesiones complejas con afectación articular o secuelas neurológicas. No existen contraindicaciones absolutas para la fisioterapia, aunque debe posponerse o adaptarse en presencia de infección activa, trombosis venosa profunda aguda, dolor incontrolable o inestabilidad de la lesión que requiera reposo estricto.
La medicina traumatológica actual se basa en un enfoque multimodal e individualizado que combina y secuencia las diferentes opciones terapéuticas según las características específicas de cada paciente y su evolución clínica.
Un traumatismo típico puede requerir inicialmente tratamiento farmacológico analgésico y antiinflamatorio junto con medidas físicas (RICE/POLICE) y reposo relativo durante la fase aguda. Posteriormente se añade fisioterapia progresiva para recuperar movilidad y fuerza muscular. En casos seleccionados donde persiste sintomatología o existe lesión de tejidos nobles, se pueden incorporar tratamientos regenerativos con PRP o células madre antes de plantear opciones quirúrgicas.
Esta estrategia escalonada permite reservar los tratamientos más invasivos para casos que realmente los necesitan, optimiza los resultados funcionales y minimiza el tiempo de recuperación. La clave del éxito terapéutico reside en la coordinación entre traumatólogo, fisioterapeuta y otros profesionales sanitarios, ajustando dinámicamente el plan de tratamiento según la respuesta individual de cada paciente.
El pronóstico tras un traumatismo varía ampliamente según múltiples factores, pero en general es favorable con un tratamiento adecuado y precoz.
Perspectivas de recuperación:
La mayoría de los traumatismos leves y moderados tratados correctamente presentan una recuperación completa en plazos de 6-12 semanas, permitiendo el retorno a las actividades habituales sin secuelas significativas. Los traumatismos graves, especialmente aquellos que afectan al sistema nervioso central o implican lesiones múltiples (politraumatismos), requieren periodos de recuperación más prolongados que pueden extenderse desde varios meses hasta 1-2 años.
Los factores que mejoran significativamente tu recuperación incluyen el tratamiento precoz en las primeras horas tras el traumatismo, que reduce el riesgo de complicaciones y acorta los tiempos de curación, el seguimiento estricto de las indicaciones terapéuticas (inmovilización, restricción de carga, medicación), la participación activa en el programa de rehabilitación, que es el factor más determinante para recuperar la función completa, una nutrición adecuada rica en proteínas (2 g/kg peso), calcio, vitamina D y vitamina C que favorece la reparación tisular, el abandono del tabaco y reducción del consumo de alcohol, ya que ambos interfieren con la consolidación ósea y la cicatrización, y el apoyo social y familiar que mejora la adherencia al tratamiento y reduce el impacto emocional.
Posibles complicaciones:
Aunque la mayoría de traumatismos evolucionan favorablemente, existen complicaciones potenciales que debes conocer. A corto plazo (primeras semanas) pueden aparecer infecciones de heridas quirúrgicas o fracturas abiertas, sangrado persistente que requiera intervención, síndrome compartimental (aumento de presión en compartimentos musculares que compromete la circulación), trombosis venosa profunda en extremidades inmovilizadas y embolia grasa tras fracturas de huesos largos.
Las complicaciones a medio y largo plazo incluyen consolidación viciosa (fractura que consolida en mala posición alterando la función), pseudoartrosis o no-unión (fractura que no consigue consolidar tras 6 meses), rigidez articular postinmovilización que limita el movimiento, artrosis postraumática por daño del cartílago articular, distrofia simpático refleja (síndrome de dolor regional complejo) y secuelas neurológicas en traumatismos craneoencefálicos graves.
El riesgo de desarrollar estas complicaciones disminuye significativamente con un diagnóstico preciso inicial, un tratamiento apropiado a la gravedad de la lesión, el inicio temprano de la rehabilitación en cuanto sea clínicamente seguro y el seguimiento médico regular para detectar y tratar precozmente cualquier problema.


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