

Descubre qué es una fisura ósea, por qué se produce, cómo identificarla, las pruebas diagnósticas más precisas, las opciones de tratamiento desde el reposo hasta la medicina regenerativa, y qué pronóstico esperar en tu recuperación.
Una fisura ósea es una fractura incompleta del hueso en la que se produce una grieta o línea de rotura que no atraviesa completamente su estructura. A diferencia de una fractura completa, donde el hueso se rompe en dos o más fragmentos separados, en la fisura los bordes permanecen unidos y no existe desplazamiento ni movilidad anormal entre ellos. Puedes imaginarlo como una rajadura en una pared que aún mantiene su integridad estructural, o como una fisura en el cristal de unas gafas que no llega a romperse del todo pero que compromete su resistencia.
Esta lesión ósea representa un importante desafío clínico, ya que afecta la capacidad de carga y función del hueso sin llegar a fragmentarlo completamente. Las fisuras pueden aparecer en cualquier hueso del esqueleto, aunque son más frecuentes en los huesos planos como el cráneo, el omóplato y los huesos de la pelvis, así como en los huesos cortos como el calcáneo (talón) y el escafoides de la mano o el pie. Su detección temprana y tratamiento adecuado son fundamentales para evitar que evolucionen hacia fracturas completas o desarrollen complicaciones que prolonguen la recuperación.
La aparición de una fisura ósea responde a múltiples factores que pueden clasificarse según nuestra capacidad de modificarlos o no. Comprender estos factores te ayudará a identificar tu nivel de riesgo y a adoptar medidas preventivas efectivas.
La fisura ósea puede presentarse de forma aguda tras un traumatismo directo, o de manera progresiva cuando se debe a microtraumatismos repetidos. Los síntomas característicos incluyen:
Dolor localizado: Es el síntoma principal y suele ser bien delimitado, pudiendo señalar con precisión la zona afectada. En fisuras por estrés, el dolor aparece de forma gradual durante la actividad física y disminuye con el reposo. En fisuras traumáticas agudas, el dolor surge inmediatamente tras el golpe y puede ser intenso.
Características del dolor que deben alertarte:
Inflamación y tumefacción: La zona afectada puede presentar hinchazón, aunque esta suele ser menos pronunciada que en fracturas completas. La aparición de edema puede tardar varias horas en hacerse evidente.
Hematoma o cambio de coloración: Puede aparecer un moratón en la zona circundante debido al sangrado de los vasos sanguíneos del hueso y tejidos adyacentes, que evoluciona de color negro-violáceo a verde-amarillento conforme se reabsorbe.
Limitación funcional: Dificultad o incapacidad para mover la zona afectada con normalidad, aunque a diferencia de las fracturas completas, muchas fisuras permiten mantener cierto grado de movilidad. Esta característica puede llevar a subestimar la lesión.
Ausencia de deformidad visible: A diferencia de las fracturas desplazadas, en las fisuras no se observa una deformación evidente de la extremidad ni alteración del contorno óseo.
Debes consultar con un traumatólogo si presentas:
El proceso diagnóstico de una fisura ósea combina una evaluación clínica minuciosa con técnicas de imagen específicas para confirmar la lesión y determinar su gravedad. Tu traumatólogo seguirá un protocolo sistemático para asegurar un diagnóstico preciso.
El especialista comenzará con una historia clínica detallada que incluye el mecanismo de la lesión (traumatismo directo o sobrecarga repetitiva), el momento de aparición de los síntomas, tu nivel de actividad física, antecedentes médicos y factores de riesgo. Posteriormente realizará una exploración física que incluye inspección visual, palpación cuidadosa del hueso para localizar puntos de máxima sensibilidad, evaluación del rango de movimiento y pruebas específicas como la compresión axial o percusión del hueso que pueden reproducir el dolor característico.
Radiografía simple: Es la primera prueba diagnóstica que se solicita por su disponibilidad, rapidez y bajo coste. Sin embargo, presenta una limitación importante: las fisuras óseas, especialmente las recientes, pueden no ser visibles en las radiografías iniciales hasta en el 70% de los casos. Los signos radiológicos aparecen típicamente tras 2-3 semanas, cuando comienza la formación de callo óseo como parte del proceso de reparación. Por ello, una radiografía normal no descarta una fisura ósea si existe alta sospecha clínica.
Resonancia magnética (RM): Se considera el método diagnóstico de referencia o "gold standard" para detectar fisuras óseas, especialmente las fisuras por estrés en sus fases iniciales. La RM tiene una sensibilidad del 88-100% y puede visualizar cambios en la médula ósea (edema óseo) días después de iniciarse los síntomas, mucho antes de que sean evidentes en radiografías. Además, permite evaluar lesiones de tejidos blandos asociadas (tendones, ligamentos, músculos) y diferenciar con precisión entre distintos tipos de lesiones. Gracias a las nuevas secuencias UTE (Ultrashort EchoTime), la RM con reconstrucción ósea puede sustituir a la tomografía en muchos casos, con la ventaja de no utilizar radiación.
Tomografía computarizada (TC): Proporciona imágenes de alta resolución del hueso, permitiendo evaluar con detalle la morfología y trayectoria de la fisura, así como las corticales óseas adyacentes. Es especialmente útil para valorar la consolidación en fases avanzadas y para planificar tratamientos quirúrgicos si fueran necesarios. Sin embargo, su sensibilidad para detectar fisuras tempranas es inferior a la RM (solo del 42%).
Gammagrafía ósea: Aunque tiene una sensibilidad cercana al 100% y puede detectar cambios a las 48-72 horas del inicio de síntomas, su especificidad es baja ya que cualquier proceso que aumente el metabolismo óseo produce captación del radiotrazador. Actualmente ha sido desplazada por la RM como técnica diagnóstica preferente.
El traumatólogo elegirá la combinación de pruebas más adecuada según tus síntomas, el tiempo de evolución de la lesión, la localización anatómica y la disponibilidad tecnológica, siempre buscando el equilibrio entre precisión diagnóstica, seguridad y eficiencia.
El tratamiento de una fisura ósea busca tres objetivos fundamentales: aliviar el dolor, facilitar la consolidación óptima del hueso y prevenir complicaciones que puedan retrasar tu recuperación. La elección del tratamiento dependerá de factores como la localización y gravedad de la fisura, el tipo de hueso afectado, tus características personales (edad, nivel de actividad, estado de salud general) y la presencia de factores que puedan comprometer la consolidación. La mayoría de las fisuras responden favorablemente a tratamientos conservadores, mientras que solo una minoría requiere intervención quirúrgica.
El reposo y la inmovilización constituyen el pilar fundamental del tratamiento de las fisuras óseas, permitiendo que el proceso natural de reparación del hueso se desarrolle sin interferencias. Consiste en reducir o eliminar la carga y el movimiento sobre el hueso lesionado durante el tiempo necesario para su consolidación. Según la localización y gravedad, se emplean diferentes dispositivos: férulas o yesos para inmovilización completa (fracturas de extremidades), botas ortopédicas o walkers que permiten carga progresiva controlada (fisuras de pie y tobillo), muletas o bastones para aliviar parcialmente el apoyo, y collarines o fajas para fisuras de columna.
El nivel de evidencia es alto (Grado A) según múltiples guías clínicas de traumatología, siendo el tratamiento estándar recomendado para fisuras no desplazadas y estables. La duración típica del reposo varía entre 3 y 8 semanas para fisuras simples, pudiendo extenderse hasta 12 semanas en fisuras de huesos con menor vascularización o en personas con factores de riesgo. Es fundamental respetar las fases de consolidación: inflamatoria (1-2 semanas), reparadora con formación de callo (2-3 semanas) y remodelación (varios meses).
Las principales contraindicaciones son las fisuras desplazadas, inestables o en zonas de alto riesgo de no consolidación (cuello femoral, escafoides carpiano, quinto metatarsiano) que requieren tratamiento quirúrgico. Efectos secundarios incluyen atrofia muscular, rigidez articular y pérdida de propiocepción si la inmovilización es prolongada y no se combina con ejercicios controlados en zonas no afectadas.
La fisioterapia moderna adopta un enfoque dinámico desde el primer día tras el diagnóstico, incluso durante el período de inmovilización, para minimizar las complicaciones derivadas del reposo prolongado. Los objetivos incluyen mantener la movilidad y función de estructuras no lesionadas, disminuir dolor e inflamación, prevenir atrofia y contracturas musculares, favorecer la reabsorción del hematoma y mantener los patrones de función motora.
Durante la fase de inmovilización (días 1-21) se realizan ejercicios isométricos suaves sin movilizar el foco de fisura, movilizaciones de articulaciones adyacentes, baños de contraste (del día 5 al 10) y retirada controlada de la inmovilización para aplicar hielo y realizar movilizaciones progresivas. En la fase de movilización (tras consolidación inicial) se intensifica el trabajo con ejercicios de fortalecimiento progresivo, recuperación del rango articular, entrenamiento propioceptivo y reeducación de la marcha.
El nivel de evidencia es alto (Grado A) para fisioterapia supervisada en la recuperación funcional post-fisura. Los estudios demuestran que reduce el tiempo de retorno a actividades normales en un 30-40% comparado con inmovilización pasiva sola. La duración del programa de fisioterapia varía entre 6 y 12 semanas tras el período de inmovilización inicial. La fase uno (descanso activo) se mantiene hasta ausencia de dolor durante 1-2 semanas, seguida de la fase dos con retorno progresivo a actividad plena durante 3-6 semanas bajo supervisión médica.
No existen contraindicaciones absolutas siempre que se respete el período de consolidación inicial y se eviten cargas prematuras. La excesiva agresividad en la rehabilitación puede causar dolor, retraso en consolidación o re-lesión.
El manejo farmacológico busca controlar el dolor y la inflamación inicial sin interferir negativamente con el proceso de consolidación ósea. Paracetamol (acetaminofeno) es el analgésico de primera elección para dolor leve-moderado. Actúa inhibiendo la síntesis de prostaglandinas a nivel central con mínimo efecto periférico. Se administra en dosis de 500-1000 mg cada 6-8 horas sin superar 4 gramos diarios. Su nivel de evidencia es moderado (Grado B) para control del dolor en fisuras.
Los antiinflamatorios no esteroideos (AINEs) deben utilizarse con precaución y durante períodos cortos (máximo 5-7 días) en la fase inflamatoria inicial. Aunque son efectivos para el dolor, diversos estudios demuestran que su uso prolongado puede retardar la consolidación ósea al inhibir la enzima ciclooxigenasa (COX) necesaria para la respuesta inflamatoria inicial que desencadena la reparación. El ibuprofeno a dosis terapéuticas (400-600 mg cada 8 horas) ha mostrado en estudios in vitro menor efecto negativo sobre osteoblastos que otros AINEs. Los AINEs están contraindicados en uso prolongado durante la consolidación de fisuras. Si se administran más allá de los primeros 3-5 días post-lesión pueden aumentar significativamente el riesgo de retardo de consolidación y pseudoartrosis.
Los opioides (tramadol, codeína) se reservan para dolor intenso no controlado con analgésicos simples, siempre bajo prescripción y control médico estricto por riesgo de dependencia.
El tratamiento quirúrgico se reserva para situaciones específicas donde el tratamiento conservador tiene altas probabilidades de fracaso o cuando la fisura compromete zonas críticas del hueso. Las principales indicaciones incluyen fisuras desplazadas o inestables, fisuras en zonas de alto riesgo de no consolidación (cuello femoral, escafoides carpiano, base del quinto metatarsiano, tibia anterior), fisuras con fragmento interpuesto que impide la consolidación, deportistas de elite que requieren retorno rápido a competición, y fracaso del tratamiento conservador tras 3-6 meses.
Las técnicas quirúrgicas incluyen reducción abierta y fijación interna mediante placas, tornillos o clavos intramedulares que estabilizan mecánicamente los fragmentos, y reducción abierta y fijación externa en casos complejos con múltiples fragmentos. El nivel de evidencia varía según la localización: alto (Grado A) para fisuras de alto riesgo anatómico, moderado (Grado B) para deportistas de elite con necesidad de retorno rápido.
El postoperatorio requiere 6-12 semanas de protección con descarga parcial según el tipo de cirugía y localización, seguido de rehabilitación progresiva. Las contraindicaciones incluyen infección activa, alteraciones graves de coagulación no controladas y estado general muy deteriorado que impida tolerar anestesia. Las complicaciones incluyen infección (2-5% de casos), fallo del material de osteosíntesis, rigidez articular por inmovilización prolongada y dolor persistente por irritación del material.
Los tratamientos regenerativos representan una revolución en traumatología al utilizar las capacidades reparadoras naturales del propio cuerpo para acelerar la consolidación ósea. El plasma rico en plaquetas (PRP) o factores de crecimiento consiste en concentrar las plaquetas de tu propia sangre mediante centrifugación, obteniendo un plasma con alta concentración de factores de crecimiento (PDGF, TGF-β, IGF, FGF) que estimulan la regeneración tisular. Se infiltra directamente en el foco de la fisura, actuando como mensajero que atrae células reparadoras, estimula osteoblastos (células formadoras de hueso), mejora la angiogénesis (formación de nuevos vasos sanguíneos) y acelera la formación del callo de fractura.
El nivel de evidencia es moderado-alto (Grado B) para acelerar consolidación en fisuras con retardo de consolidación y moderado (Grado C) en fisuras agudas. Estudios demuestran reducción del tiempo de consolidación de 2-4 veces comparado con tratamiento estándar. La aplicación se realiza en 1-3 sesiones separadas por 2-4 semanas según respuesta clínica. La mejora del dolor e inflamación se observa desde la primera semana, con consolidación radiológica evidente a las 6-8 semanas.
Las células madre mesenquimales se obtienen de médula ósea, tejido adiposo o cordón umbilical. Tienen capacidad de diferenciarse en osteoblastos, condroblastos y otras células del tejido musculoesquelético. Se aplican mediante infiltración en el foco de fisura, favoreciendo regeneración del hueso y del cartílago adyacente si existe afectación. El nivel de evidencia es moderado (Grado B-C) en retardos de consolidación y fisuras de alto riesgo. La evidencia clínica es aún limitada para uso rutinario en fisuras simples pero muy prometedora en casos complejos. Suele requerir 1-2 aplicaciones separadas por 4-6 semanas, con resultados evidentes a partir de los 2-3 meses.
La Clínica Albareda Traumatología Avanzada en Barcelona es centro de referencia en la aplicación de estos tratamientos regenerativos, ofreciendo terapias con factores de crecimiento y células madre para pacientes con fisuras óseas, especialmente en casos de consolidación lenta o factores de riesgo asociados. Su equipo médico especializado integra estas terapias biológicas dentro de un protocolo personalizado que combina las ventajas de la medicina regenerativa con el tratamiento ortopédico convencional.
Todas estas terapias regenerativas comparten que no tienen efectos secundarios significativos ni riesgo de rechazo al utilizar material autólogo (del propio paciente). Las únicas contraindicaciones son infección local activa, procesos neoplásicos activos y ciertas enfermedades hematológicas.
La magnetoterapia utiliza campos electromagnéticos pulsados de baja frecuencia que penetran profundamente en el tejido óseo, estimulando la actividad celular sin generar calor. Actúa aumentando la actividad de los osteoblastos (células formadoras de hueso), mejorando la microcirculación local y el aporte de oxígeno y nutrientes, reduciendo el edema óseo al mejorar el equilibrio celular, y acelerando la formación del callo de fractura.
El nivel de evidencia es moderado (Grado B-C) para acelerar consolidación de fisuras y fracturas. Múltiples estudios clínicos demuestran reducción del tiempo de consolidación del 30-40% y aumento de las tasas de consolidación completa. Se aplica en sesiones diarias de 30-60 minutos durante 6-12 semanas según evolución clínica. Es un tratamiento no invasivo, indoloro y sin efectos secundarios significativos. La Clínica Albareda ofrece tratamientos de magnetoterapia pulsátil de baja frecuencia a dosis masivas, especialmente efectivos para edemas óseos, fracturas, fisuras y osteocondritis.
Las contraindicaciones absolutas incluyen embarazo, portadores de marcapasos o dispositivos electrónicos implantados, antecedente reciente de proceso oncológico (menos de 5 años). No debe aplicarse directamente sobre zonas con infección activa o trombosis venosa profunda.
El abordaje óptimo de una fisura ósea no sigue un protocolo rígido único, sino que se adapta dinámicamente a tu perfil individual y a la evolución clínica. En la mayoría de los casos, el tratamiento comienza con reposo e inmovilización controlada (3-6 semanas), combinado desde el inicio con analgesia con paracetamol y fisioterapia precoz de zonas no inmovilizadas. A partir de la tercera semana, si la evolución es favorable, se inicia movilización progresiva controlada con intensificación de la fisioterapia para recuperación funcional completa (4-8 semanas adicionales).
En pacientes con factores de riesgo (edad avanzada, osteoporosis, tabaquismo, diabetes, déficits nutricionales) o fisuras en zonas de vascularización limitada, se plantea la adición de magnetoterapia desde la segunda semana para estimular la consolidación. Si tras 6-8 semanas no hay evidencia radiológica de formación de callo óseo o persiste dolor significativo, se considera retardo de consolidación y se valora la aplicación de tratamientos regenerativos (PRP o células madre) para estimular biológicamente la reparación.
En casos seleccionados de alto riesgo de no consolidación (fisuras en escafoides carpiano, cuello femoral, tibia anterior) o en deportistas de competición, puede plantearse la fijación quirúrgica precoz combinada con infiltración intraoperatoria de factores de crecimiento para optimizar la consolidación y acortar los tiempos de recuperación.
Este enfoque secuencial y personalizado permite optimizar los resultados, minimizar complicaciones y facilitar tu retorno a las actividades habituales en el menor tiempo posible, siempre respetando los tiempos biológicos de reparación del hueso. La decisión sobre qué tratamientos aplicar, cuándo iniciarlos y cómo combinarlos debe tomarse conjuntamente entre tú y tu traumatólogo, considerando no solo la lesión sino también tus objetivos personales, tu nivel de actividad y tu situación vital global.
El pronóstico de una fisura ósea tratada adecuadamente es generalmente excelente, con tasas de consolidación completa superiores al 90-95% en la mayoría de los casos. La evolución dependerá de múltiples factores que es importante que conozcas para tener expectativas realistas sobre tu recuperación.
Los factores que favorecen una recuperación óptima incluyen: diagnóstico precoz y tratamiento inmediato que previene la progresión a fractura completa, cumplimiento estricto del reposo y las indicaciones médicas respetando los tiempos de consolidación sin precipitar el retorno a actividad, fisioterapia supervisada desde fases tempranas que minimiza las complicaciones de la inmovilización y acelera la recuperación funcional, nutrición adecuada rica en calcio (1000-1200 mg/día), vitamina D (800-1000 UI/día) y proteínas que aporta los elementos esenciales para la formación de hueso nuevo, eliminación de hábitos tóxicos especialmente el tabaco que compromete gravemente la vascularización y consolidación ósea, control de enfermedades subyacentes como diabetes, osteoporosis o déficits hormonales que interfieren con el metabolismo óseo, y edad joven con hueso de buena calidad y óptima capacidad regenerativa.
Sin embargo, aproximadamente el 5-10% de las fisuras pueden desarrollar complicaciones que prolongan y complican el proceso de recuperación. El retardo de consolidación se define como el enlentecimiento del proceso normal de reparación, donde tras 3-6 meses no se observa formación completa del callo óseo. No se considera un fracaso biológico definitivo ya que la consolidación finalmente se alcanzará, pero requiere prolongación del tratamiento y eventualmente aplicación de terapias estimulantes como magnetoterapia o factores de crecimiento. La pseudoartrosis o no unión representa el fracaso definitivo de la consolidación, estableciéndose una "falsa articulación" fibrosa en el lugar de la fisura. Ocurre cuando tras 6-9 meses no hay evidencia de consolidación y persiste movilidad anormal. Requiere tratamiento quirúrgico con estabilización y aporte de injerto óseo o terapias regenerativas.
Otros riesgos incluyen infección (principalmente si hubo herida asociada o cirugía), rigidez articular y atrofia muscular por inmovilización prolongada que puede retrasar meses el retorno completo a la función, dolor crónico residual en algunos pacientes especialmente tras fisuras vertebrales, desplazamiento secundario de la fisura por carga prematura o nueva lesión, y osteoporosis regional o atrofia ósea por inmovilización muy prolongada.
Los tiempos de recuperación varían según múltiples factores, pero como referencia general: fisuras de mano y muñeca consolidan en 3-5 semanas, fisuras de pie y tobillo requieren 4-8 semanas, fisuras de tibia o peroné necesitan 8-12 semanas, fisuras de fémur o húmero se consolidan en 8-16 semanas, y fisuras vertebrales por osteoporosis requieren 6-12 semanas para consolidación inicial. El retorno completo a actividades deportivas de impacto suele producirse 3-6 meses después de la consolidación radiológica, con reintegración muy progresiva supervisada médicamente.
Es fundamental que comprendas que el dolor no debe ser tu única guía para retomar actividades. Aunque te sientas bien, el hueso puede no haber consolidado completamente y una carga prematura puede provocar desplazamiento o evolución a pseudoartrosis. Confía en las evaluaciones radiológicas periódicas y en el criterio de tu traumatólogo para determinar el momento óptimo de progresión en cada fase. La paciencia en las primeras semanas se traduce en una recuperación más rápida y completa a medio plazo.


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