

Descubre qué ocurre cuando se rompe un ligamento, quién está en riesgo, cómo identificar los síntomas, el proceso diagnóstico completo, todas las opciones de tratamiento y qué pronóstico realista puedes esperar para retomar a tu actividad normal.
Una rotura de ligamentos es la discontinuidad total o parcial de estas estructuras fibrosas que conectan los huesos entre sí en nuestras articulaciones. Los ligamentos actúan como "cuerdas resistentes" que aportan estabilidad y control durante el movimiento, limitando los desplazamientos excesivos que podrían dañar la articulación. Piensa en ellos como las cuerdas que mantienen tensas las cuerdas de una carpa: si se rompen o aflojan, toda la estructura pierde estabilidad y puede colapsar ante cualquier movimiento brusco.
Esta lesión representa una interrupción en el tejido conectivo que puede manifestarse desde un simple estiramiento (esguince grado I), pasando por una rotura parcial (grado II), hasta una rotura completa del ligamento (grado III). Las roturas más graves comprometen la función articular y generan inestabilidad significativa, lo que puede afectar a tu capacidad para realizar actividades cotidianas y deportivas.
Es importante distinguir entre un esguince y una rotura completa. El esguince es una lesión de los ligamentos donde estos se estiran o desgarran parcialmente, mientras que la rotura implica la discontinuidad total del tejido ligamentoso. Esta diferenciación es fundamental porque determina el enfoque terapéutico y el pronóstico de recuperación.
Los síntomas de una rotura ligamentosa varían según la gravedad de la lesión, pero existen señales características que debes reconocer.
En el momento de la lesión, frecuentemente se escucha o se siente un "chasquido" o "pop", especialmente característico en roturas del ligamento cruzado anterior. Este sonido es seguido inmediatamente por dolor agudo e intenso localizado en la articulación afectada.
El diagnóstico de una rotura ligamentosa requiere una evaluación sistemática que combina la exploración física con pruebas complementarias específicas.
El especialista te preguntará sobre el mecanismo de lesión: ¿cómo y cuándo ocurrió?, ¿escuchaste algún sonido?, ¿qué intensidad tiene el dolor?, ¿has sufrido lesiones previas en la misma articulación?. Esta información orienta sobre la estructura afectada y la gravedad probable de la lesión.
Durante el examen, el traumatólogo evaluará la articulación mediante palpación para localizar puntos dolorosos específicos, realizará maniobras especiales para detectar laxitud ligamentosa (como el test de cajón anterior o el test de Lachman para el ligamento cruzado anterior), y valorará la estabilidad articular en diferentes planos de movimiento.
Las pruebas de estrés articular permiten determinar el grado de lesión. En un grado I hay distensión sin laxitud significativa; en grado II existe laxitud moderada con rotura parcial; y en grado III se evidencia laxitud severa con rotura completa del ligamento.
El objetivo principal del tratamiento es restaurar la estabilidad articular, aliviar el dolor, recuperar la funcionalidad completa y prevenir futuras lesiones o complicaciones degenerativas a largo plazo. La elección terapéutica depende de la gravedad de la rotura, la articulación afectada, tu nivel de actividad, edad y expectativas funcionales.
El tratamiento conservador (sin cirugía) representa una opción válida y efectiva para roturas parciales del ligamento, pacientes con bajo nivel de actividad física o deportiva, pacientes mayores de 50 años, niños y adolescentes en fase de crecimiento (para evitar afectar las fisis o cartílagos de crecimiento), y como prueba inicial antes de decidir cirugía.
Este enfoque se centra en facilitar la cicatrización natural del ligamento mediante inmovilización inicial con férulas, ortesis o rodilleras funcionales que protegen la articulación sin inmovilizarla completamente, permitiendo movilidad controlada. El protocolo RICE (reposo, hielo, compresión y elevación) es fundamental durante las primeras 48-72 horas para controlar la inflamación.
El manejo del dolor e inflamación incluye antiinflamatorios no esteroideos (AINEs) durante la fase aguda (5-7 días) bajo supervisión médica, siempre considerando contraindicaciones en pacientes con problemas gastrointestinales, cardiovasculares o renales. Es importante destacar que los AINEs pueden interferir con la proliferación de tenocitos y la reparación tendinosa si se usan prolongadamente.
La rehabilitación fisioterapéutica es el pilar fundamental del tratamiento conservador. Los protocolos basados en entrenamiento neuromuscular y fortalecimiento de miembros inferiores guiados por profesionales representan una excelente opción terapéutica, consiguiendo mejoría en calidad de vida, retorno a actividad física en más del 70% de casos y evitando cirugía en aproximadamente el 86% de pacientes que completan el programa. La rehabilitación pasa por diferentes fases: movilización pasiva y activa progresiva, fortalecimiento muscular específico de cuádriceps, isquiotibiales, glúteos y core, ejercicios propioceptivos para mejorar el control neuromuscular y estabilidad, trabajo funcional que simule gestos deportivos o laborales específicos, y entrenamiento pliométrico gradual para deportistas.
La duración típica del tratamiento conservador varía según la gravedad: esguinces grado I se recuperan en 2-4 semanas, grado II requieren 6-12 semanas, y grado III pueden necesitar 3-6 meses de rehabilitación intensiva antes de valorar necesidad quirúrgica. La recuperación completa del ligamento, incluyendo su remodelación estructural, puede prolongarse hasta 12 meses.
Las contraindicaciones del tratamiento conservador incluyen inestabilidad articular severa que impide actividades cotidianas, deportistas de élite que requieren retorno rápido a competición de alto nivel, roturas con avulsión ósea o atrapamiento del ligamento que impide reducción anatómica, y fracaso del tratamiento conservador tras 3-6 meses evidenciado por inestabilidad persistente.
La cirugía está recomendada cuando eres deportista activo y deseas continuar practicando deportes con saltos, cortes o pivotes, existe lesión de múltiples ligamentos o estructuras asociadas (meniscos, cartílago), la inestabilidad provoca episodios de fallo articular durante actividades cotidianas, o el tratamiento conservador no ha conseguido estabilidad ni funcionalidad adecuadas.
La reconstrucción ligamentosa artroscópica es la técnica quirúrgica estándar actual. El procedimiento consiste en retirar el ligamento roto, preparar túneles óseos en fémur y tibia que reproducen la inserción anatómica original, introducir el injerto a través de estos túneles, y fijarlo con dispositivos especiales (tornillos de interferencia, botones corticales) que mantienen la tensión adecuada.
Respecto al tipo de injerto, existen varias opciones. Los autoinjertos utilizan tejido del propio paciente, como el tendón rotuliano (tercio central del tendón rotuliano con bloques óseos) que ofrece excelente resistencia y consolidación ósea rápida pero puede generar dolor anterior de rodilla y afectar el mecanismo extensor; los tendones isquiotibiales (semitendinoso y grácil) que son menos dolorosos y preservan el aparato extensor pero pueden tener mayor tasa de elongación a largo plazo; y el tendón del cuádriceps que combina resistencia excepcional con menor dolor postoperatorio que el rotuliano, siendo cada vez más utilizado especialmente en revisiones.
Los aloinjertos provienen de donante cadavérico y tienen como ventajas evitar la morbilidad del sitio donante y cirugía más corta y menos dolorosa, pero presentan como inconvenientes curación más lenta (puede tardar 6 meses vs 4 meses del autoinjerto), mayor riesgo de reruptura especialmente en pacientes jóvenes y activos, y posible rechazo inmunológico aunque infrecuente.
La selección del injerto se personaliza según tu edad, nivel deportivo, profesión, expectativas funcionales y experiencia del cirujano. La técnica moderna busca reconstrucción anatómica que reproduce fielmente la posición y orientación originales del ligamento.
La duración típica del procedimiento quirúrgico es de 60-90 minutos bajo anestesia raquídea o general, generalmente como cirugía ambulatoria o con hospitalización de 24 horas. El nivel de evidencia científica para la reconstrucción artroscópica es alto (nivel I-II), con tasas de éxito superiores al 90% en retorno a actividades deportivas.
Las contraindicaciones para cirugía incluyen edad muy avanzada con baja demanda funcional, enfermedades sistémicas graves que contraindiquen anestesia, infección activa local o sistémica, expectativas poco realistas del paciente, y falta de compromiso con el protocolo de rehabilitación postoperatorio.
Los efectos secundarios y complicaciones posibles son dolor postoperatorio manejable con analgesia, rigidez articular si la rehabilitación no es precoz y adecuada, infección (menos del 1% de casos), reruptura del injerto (2-8% según el tipo), dolor en zona donante del injerto (especialmente con tendón rotuliano), trombosis venosa profunda (rara con profilaxis adecuada), y lesión del nervio safeno durante extracción de isquiotibiales.
Los tratamientos con ortobiológicos representan una revolución en traumatología al aprovechar la biología del propio paciente para estimular la regeneración tisular, reducir inflamación y acelerar la recuperación.
El Plasma Rico en Plaquetas (PRP) consiste en un concentrado autólogo de plaquetas obtenido mediante centrifugación de sangre del paciente. Las plaquetas contienen factores de crecimiento (PDGF, TGF-β, VEGF, IGF-1) que estimulan proliferación celular, angiogénesis, síntesis de colágeno y modulación de la respuesta inflamatoria.
El PRP se utiliza principalmente para roturas parciales del ligamento cruzado anterior o lateral, tendinopatías crónicas asociadas a inestabilidad ligamentosa, artrosis de rodilla secundaria a inestabilidad ligamentosa crónica, y como coadyuvante en reconstrucciones quirúrgicas para acelerar la integración del injerto.
El protocolo típico incluye extracción de sangre venosa (30-60 ml), centrifugación para separar y concentrar las plaquetas (obteniendo 3-5 veces la concentración basal), activación del PRP con cloruro cálcico para liberar los factores de crecimiento, e infiltración guiada por ecografía en el sitio exacto de la lesión ligamentosa. Generalmente se realizan 1-3 infiltraciones espaciadas 2-4 semanas, combinadas siempre con fisioterapia para optimizar resultados.
El nivel de evidencia científica para PRP en ligamentos es moderado (evidencia 1B para tendinopatía rotuliana y ligamentos de tobillo, evidencia prometedora en estudios de cohortes para LCA). Los beneficios incluyen reducción significativa del dolor e inflamación, aceleración de la cicatrización ligamentosa con mejora estructural visible en RM, disminución del tiempo de recuperación (retorno deportivo en 3-4 meses en casos seleccionados), y procedimiento mínimamente invasivo con riesgo prácticamente nulo de rechazo al usar sangre autóloga.
La duración del efecto terapéutico es variable: mejoría inicial en 2-4 semanas, efectos óptimos entre 3-6 meses, y posible efecto prolongado hasta 12-18 meses según la patología. Al utilizar tu propia sangre, los efectos secundarios son mínimos: dolor leve-moderado transitorio en el sitio de infiltración (24-48 horas), riesgo ínfimo de infección (menor al 0.1% con técnica estéril adecuada), reacción inflamatoria transitoria ("flare reaction") en 1-2% de casos que se autolimita en 48-72 horas.
La Proloterapia o terapia proliferativa consiste en infiltraciones seriadas de soluciones irritantes (principalmente dextrosa al 12.5-25% con lidocaína y solución salina) que estimulan una respuesta inflamatoria controlada en las inserciones ligamentosas debilitadas, promoviendo la proliferación de fibroblastos, síntesis de colágeno nuevo, aumento del grosor y resistencia ligamentosa, y reducción del dolor por efecto regenerativo.
Se utiliza principalmente para inestabilidad ligamentosa crónica de rodilla, tobillo y muñeca, laxitud articular (ligamentos "estirados" sin rotura franca), dolor sacroilíaco por disfunción ligamentosa, epicondilitis lateral y medial refractaria, fascitis plantar crónica, tendinopatía aquílea, y artrosis con componente de inestabilidad ligamentosa.
El protocolo consiste en 3-6 sesiones de infiltraciones espaciadas cada 2-4 semanas, guiadas por palpación anatómica precisa o ecografía. Cada sesión incluye múltiples punciones en los puntos de inserción ligamentosa débiles. La mejoría es gradual y acumulativa.
El nivel de evidencia es variable según patología: evidencia nivel I para epicondilitis lateral, evidencia nivel I-II para fascitis plantar y tendinopatía rotuliana, evidencia nivel II-III para inestabilidad ligamentosa crónica y dolor sacroilíaco. La duración del efecto es prolongada: fortalecimiento progresivo del ligamento durante 3-12 meses post-tratamiento, con efectos sostenidos hasta 2-3 años en casos exitosos.
Los efectos secundarios incluyen dolor aumentado transitoriamente 24-72 horas post-infiltración (parte del mecanismo terapéutico), rigidez temporal de la articulación (1-3 días), reacción inflamatoria local leve-moderada que se resuelve espontáneamente, y raramente infección o lesión neurovascular si la técnica no es apropiada.
Cuando existe evidencia clara y estás en el entorno adecuado, la Clínica Albareda Traumatología Avanzada en Barcelona dispone de una Unidad de Medicina Regenerativa especializada donde se utilizan estos tratamientos ortobiológicos (PRP, proloterapia, células madre mesenquimales) para el manejo de roturas ligamentosas parciales, inestabilidad crónica y artrosis secundaria a lesiones ligamentosas. Su equipo multidisciplinar combina traumatología avanzada, medicina deportiva y fisioterapia especializada, ofreciendo protocolos personalizados basados en la mejor evidencia científica disponible.
El abordaje óptimo de una rotura ligamentosa requiere frecuentemente combinar diferentes modalidades terapéuticas de forma personalizada y secuencial, adaptándose a la evolución clínica de cada paciente.
En roturas parciales (grado II) de pacientes activos, un protocolo integrado podría incluir: fase aguda (0-2 semanas) con protocolo RICE, inmovilización relativa y analgesia; fase subaguda (2-6 semanas) con primera infiltración de PRP guiada por ecografía e inicio de fisioterapia con movilización controlada y fortalecimiento inicial; fase de consolidación (6-12 semanas) con segunda infiltración de PRP si persiste dolor o inestabilidad, intensificación de fisioterapia con trabajo propioceptivo y funcional avanzado; y fase de retorno funcional (3-6 meses) con readaptación deportiva progresiva y posible tercera infiltración de PRP o proloterapia si persiste laxitud ligamentosa residual.
Para inestabilidad crónica post-rotura antigua mal tratada, la secuencia terapéutica podría ser: evaluación basal con RM para descartar lesiones nuevas y valorar grado de laxitud; serie de 3-4 sesiones de proloterapia cada 3 semanas para fortalecer inserciones ligamentosas; fisioterapia paralela intensiva de fortalecimiento muscular compensatorio; y valoración a los 6 meses, considerando reconstrucción quirúrgica si persiste inestabilidad significativa.
En casos quirúrgicos, la medicina regenerativa actúa como coadyuvante: infiltración de PRP intraoperatoria en el injerto y túneles óseos para acelerar la integración; segunda infiltración de PRP a las 8-12 semanas postoperatorias para optimizar la remodelación del injerto; y fisioterapia postoperatoria progresiva siguiendo protocolos basados en evidencia.
Para pacientes mayores o con baja demanda que no son candidatos quirúrgicos, el manejo combinado incluye: infiltraciones de PRP o ácido hialurónico para control sintomático de artrosis secundaria; fisioterapia de mantenimiento centrada en fortalecimiento y compensación funcional; y ortesis o rodillera funcional para estabilización externa durante actividades.
Esta integración permite maximizar la capacidad regenerativa natural, minimizar intervenciones invasivas innecesarias, personalizar el tratamiento según perfil del paciente (edad, nivel actividad, comorbilidades), y facilitar transiciones progresivas entre fases de tratamiento. Si necesitas profundizar en aspectos específicos de cada tratamiento o en lesiones concomitantes frecuentes, puedes consultar otros términos del glosario relacionados como meniscopatías, condropatías o tendinopatías.
El pronóstico de una rotura ligamentosa tratada correctamente es generalmente positivo y permite recuperación funcional satisfactoria en la gran mayoría de casos. Sin embargo, el desenlace depende críticamente de varios factores interrelacionados.
Factores que mejoran la recuperación incluyen el diagnóstico y tratamiento precoces, idealmente en las primeras semanas tras la lesión, lo que previene daños secundarios y acelera la cicatrización. La adherencia rigurosa al protocolo de rehabilitación es determinante: los pacientes que completan su fisioterapia según las pautas establecidas tienen tasas de éxito superiores al 85%, mientras que el abandono prematuro multiplica el riesgo de relesión. El fortalecimiento muscular adecuado de toda la cadena cinética (no solo de la articulación lesionada) proporciona compensación funcional y protección adicional. La ausencia de lesiones concomitantes como roturas meniscales o daño condral mejora significativamente el pronóstico. Una edad menor de 40 años y buena condición física previa facilitan la regeneración tisular y el retorno funcional. Finalmente, el apoyo psicológico y alta motivación son cruciales: el miedo a la relesión (kinesiofobia) y la falta de confianza psicológica en la articulación son predictores importantes de fracaso en el retorno deportivo.
Con tratamiento conservador bien conducido, aproximadamente el 70-85% de pacientes con roturas parciales recuperan funcionalidad completa sin necesidad de cirugía. En roturas completas tratadas quirúrgicamente, más del 90% de pacientes consiguen estabilidad articular satisfactoria y retorno a actividades deportivas, aunque no siempre al mismo nivel competitivo previo.
Los plazos de recuperación realistas varían: tras tratamiento conservador de grado I (esguince leve) espera 2-4 semanas para actividades normales y 4-6 semanas para deportes sin contacto; grado II (rotura parcial) requiere 6-12 semanas para recuperación básica y 3-6 meses para retorno deportivo completo; grado III (rotura completa) tratado conservadoramente puede necesitar 4-6 meses de rehabilitación intensiva. Tras reconstrucción quirúrgica, caminarás sin muletas en 4-6 semanas, iniciarás bicicleta estática a los 2 meses, ejercicios de tonificación muscular intensiva a los 3 meses, carrera suave a los 3-4 meses, y el retorno deportivo competitivo ocurre generalmente entre 9-12 meses aunque algunos protocolos conservadores sugieren esperar hasta 18-24 meses para minimizar el riesgo de relesión.
Es fundamental comprender que el ligamento roto no regenera espontáneamente como lo haría un músculo. En roturas completas sin tratamiento quirúrgico, el tejido cicatricial que se forma es menos resistente y organizado que el ligamento original, pudiendo resultar en laxitud residual. Por ello, la función articular se recupera principalmente mediante compensación muscular potente más que por verdadera regeneración ligamentosa.
A pesar de un tratamiento correcto, pueden surgir complicaciones que debes conocer.
Para minimizar estas complicaciones es imprescindible seguir rigurosamente las indicaciones del equipo médico, no acelerar los plazos de recuperación (la paciencia es fundamental), realizar toda la rehabilitación pautada incluso cuando ya no hay dolor, entrenar adecuadamente antes de retornar al deporte y seguir programas preventivos de mantenimiento indefinidamente, y acudir a revisiones periódicas para detectar precozmente cualquier problema.


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