

Te contamos qué consideramos una fractura en el ámbito de la traumatología, ya que es un tema mucho más complejo de lo que parece.
Una fractura es la rotura parcial o completa de un hueso que interrumpe la continuidad de su tejido, provocando que su forma se vea alterada por una fuerza que supera la resistencia que el hueso puede soportar. Imagina el hueso como una rama de árbol: si aplicas suficiente presión, puede doblarse, agrietarse o romperse por completo. Al igual que una rama, tu hueso tiene cierta elasticidad y resistencia, pero cuando la fuerza externa es demasiado intensa —ya sea por un impacto, una torsión o una caída— el tejido óseo cede y se fractura.
Romper un hueso no solo afecta al tejido óseo en sí. Cuando se produce una fractura, también se lesionan las estructuras que lo rodean: el periostio (la membrana que recubre el hueso), los vasos sanguíneos que lo irrigan, los nervios cercanos, los músculos adyacentes e incluso la piel. Por eso, una fractura no es un problema aislado del hueso, sino un acontecimiento que compromete todo el foco lesionado y requiere un abordaje integral para su correcta recuperación.
Las fracturas pueden producirse en cualquier hueso del cuerpo y clasificarse de múltiples formas: según si la piel está rota (abiertas o cerradas), según la localización en el hueso (epifisarias, metafisarias o diafisarias), según el trazo de la fractura (transversa, oblicua, espiroidea, conminuta), según si los fragmentos están alineados (desplazadas o no desplazadas) y según su origen (traumáticas, patológicas o por estrés).
Las fracturas pueden afectar a cualquier persona, pero existen múltiples factores —algunos que puedes controlar y otros que no— que aumentan tu riesgo de sufrirlas.
Factores no controlables:
Si ya has tenido una fractura previa, tu riesgo de sufrir otra se multiplica considerablemente. De hecho, el 80% de las personas que han sufrido al menos una fractura por osteoporosis no está diagnosticada ni tratada, lo que las expone a nuevas roturas.
Factores controlables:
Cuando te fracturas un hueso, tu cuerpo te envía señales de alarma claras, aunque la intensidad de los síntomas puede variar según el tipo y la localización de la fractura.
Signos de alarma para acudir de inmediato al traumatólogo:
Debes buscar atención médica urgente si experimentas un dolor intenso que no mejora con analgésicos habituales, si ves deformidad evidente o un hueso que sobresale por la piel, si presentas incapacidad total para mover o usar el miembro afectado, si la zona está muy hinchada o desarrolla un hematoma extenso, si notas adormecimiento, hormigueo o pérdida de sensibilidad, si la piel está pálida, fría o azulada (signo de compromiso vascular), o si has sufrido un traumatismo de alta energía (accidente de tráfico, caída desde altura).
El diagnóstico de una fractura comienza con una historia clínica detallada en la que tu traumatólogo te preguntará sobre el mecanismo de la lesión (cómo te has hecho daño), la intensidad del traumatismo, tus síntomas, tus antecedentes médicos y factores de riesgo como osteoporosis, enfermedades previas o medicación que tomes.
A continuación, se realiza una exploración física cuidadosa. Tu médico observará la zona afectada buscando deformidades, hinchazón, hematomas o heridas. Palpará con suavidad para localizar puntos de máximo dolor y evaluar si existe movilidad anormal o crepitación. También comprobará la circulación sanguínea (palpando los pulsos en la extremidad), la sensibilidad cutánea y la capacidad de movimiento para descartar lesiones asociadas en nervios o vasos sanguíneos.
Pruebas de imagen:
La radiografía simple es la prueba inicial y fundamental para confirmar una fractura. Se realizan habitualmente dos proyecciones (dos ángulos diferentes) para visualizar claramente el trazo de fractura, su localización, el tipo de fractura y el grado de desplazamiento. La radiografía tiene una sensibilidad del 90% para detectar fracturas, es rápida, económica y está disponible en la mayoría de centros.
Sin embargo, algunas fracturas no son visibles en la radiografía inicial, especialmente las fracturas ocultas, las fracturas por estrés o las fisuras pequeñas. En estos casos, puede ser necesario repetir la radiografía después de una semana, cuando la pequeña reabsorción ósea en los bordes de la fractura hace que ésta sea más evidente.
Cuando la radiografía no es concluyente o se sospecha una fractura oculta, se puede recurrir a la resonancia magnética nuclear (RMN), considerada el método de referencia para estos casos. La RMN tiene una sensibilidad y especificidad del 100% y puede detectar fracturas desde solo 15 minutos después de producirse. Es especialmente valiosa para visualizar fracturas de huesos pequeños (como el escafoides carpiano), fracturas ocultas de cadera o pelvis, y para evaluar lesiones de tejidos blandos asociadas (ligamentos, tendones, músculos).
La tomografía computarizada (TC) es útil cuando la RMN no está disponible o hay contraindicaciones para realizarla (como marcapasos o prótesis metálicas). La TC es especialmente valiosa para definir con precisión el trazo de fractura, evaluar fracturas complejas que afectan a articulaciones, planificar cirugías y diagnosticar fracturas en zonas de difícil visualización radiográfica.
La gammagrafía ósea puede emplearse cuando hay sospecha de fractura pero otras pruebas son negativas. Utiliza una pequeña dosis de material radioactivo que se acumula en las zonas donde el hueso se está reparando, apareciendo como puntos brillantes en la imagen. Tiene una sensibilidad del 93% pero puede requerir hasta 72 horas para ser positiva y no es específica, ya que otros procesos (infecciones, tumores, inflamación) también captan el trazador.
En fracturas recientes, la ecografía musculoesquelética puede ser una herramienta complementaria útil para valorar lesiones de partes blandas asociadas, hematomas y, en manos expertas, algunas fracturas superficiales.
El objetivo principal del tratamiento de una fractura es restaurar la alineación del hueso, facilitar su consolidación y recuperar la función completa del miembro afectado. La elección del tratamiento depende de múltiples factores: el tipo y localización de la fractura, el grado de desplazamiento, la estabilidad de los fragmentos, el estado de las partes blandas circundantes, tu edad, tu nivel de actividad, tu profesión, si practicas deporte y tus preferencias personales. En general, cuando es posible realizar un tratamiento conservador (sin cirugía) y este ofrece buenos resultados esperados, será siempre la primera opción.
El tratamiento conservador consiste en alinear los fragmentos óseos mediante manipulación externa (reducción cerrada) si es necesario, seguido de inmovilización de la zona afectada para mantener los fragmentos en posición correcta mientras el hueso consolida. Este tratamiento está indicado en fracturas estables, sin desplazamiento o con desplazamiento mínimo, en fracturas de zonas que toleran cierto desplazamiento (como algunas fracturas de clavícula) y en fracturas impactadas estables (como ciertas fracturas de cuello femoral en personas muy mayores).
Para inmovilizar la fractura se utilizan yesos cerrados, férulas o dispositivos ortopédicos que mantienen el hueso en la posición correcta durante varias semanas o meses, según la localización y el tipo de fractura. Durante el período de inmovilización es fundamental seguir las indicaciones médicas: mantener el miembro elevado para reducir la hinchazón, aplicar frío local las primeras 48-72 horas, realizar ejercicios de las articulaciones no inmovilizadas para prevenir rigidez y evitar realizar esfuerzos o cargar peso sobre el miembro afectado hasta que el traumatólogo lo autorice.
Los tiempos de consolidación varían según el hueso afectado: las fracturas de clavícula suelen consolidar en 6 semanas, las de húmero en 10-12 semanas, las de radio y cúbito en 16-20 semanas, las de fémur en 13-19 semanas y las de tibia en 20 semanas o más. Las fracturas metafisarias (cerca de las articulaciones) suelen consolidar más rápido que las diafisarias debido a su mejor vascularización.
El tratamiento conservador tiene ventajas importantes: evitas los riesgos de la cirugía, la anestesia y las complicaciones quirúrgicas, no requiere hospitalización en la mayoría de casos, tiene menor coste económico y evita la necesidad de retirar material de osteosíntesis en el futuro. Sin embargo, presenta también limitaciones: requiere períodos más prolongados de inmovilización (con riesgo de rigidez articular y atrofia muscular), el retorno a las actividades laborales y deportivas es más lento, existe mayor riesgo de que la fractura se desplace durante la consolidación (especialmente las primeras semanas) y puede resultar en consolidaciones con leve deformidad residual en algunos casos.
La cirugía está indicada cuando la fractura es desplazada, inestable o afecta a una articulación y requiere una reducción anatómica precisa para recuperar la función óptima. También se indica en fracturas abiertas (donde el hueso perfora la piel), fracturas con lesión vascular o nerviosa asociada, fracturas que no pueden reducirse adecuadamente mediante manipulación externa, fracturas en huesos que no toleran desplazamiento (como fémur o fracturas articulares) y en pacientes que necesitan una recuperación más rápida (deportistas de élite, trabajadores que no pueden estar inmovilizados largo tiempo).
El tratamiento quirúrgico consiste en la reducción abierta (abrir la zona de la fractura) o reducción cerrada (sin abrir) seguida de fijación interna mediante diversos dispositivos: placas y tornillos, clavos intramedulares (introducidos dentro del canal medular del hueso), tornillos aislados o fijadores externos (barras metálicas fuera de la piel que sujetan el hueso mediante clavos percutáneos).
La elección del tipo de fijación depende de la localización y características de la fractura. Los clavos intramedulares son el tratamiento de elección (gold standard) en fracturas diafisarias de fémur y tibia, proporcionando gran estabilidad. Las placas atornilladas se utilizan especialmente en fracturas metafisarias y articulares donde se requiere reducción anatómica precisa. Los fijadores externos se reservan para fracturas abiertas con gran afectación de partes blandas, fracturas con infección activa o como fijación temporal en pacientes politraumatizados.
Las ventajas de la cirugía incluyen: reducción anatómica más precisa de los fragmentos, consolidación con mejor alineación y menor deformidad residual, movilización más precoz de las articulaciones (reduciendo rigidez), retorno más rápido a las actividades laborales y deportivas (hasta 140 días menos que el tratamiento conservador en algunas fracturas), y mejor resultado funcional a largo plazo en fracturas complejas.
Los inconvenientes son los riesgos inherentes a toda cirugía: infección (presente en 5-10% de cirugías de fracturas), sangrado, lesión de estructuras cercanas, complicaciones de la anestesia, mayor coste económico, posibilidad de que sea necesaria una segunda cirugía para retirar el material de osteosíntesis, y riesgo de fracaso del material implantado.
La fisioterapia es fundamental en la recuperación de las fracturas, tanto durante el período de inmovilización como tras la retirada del yeso o después de la cirugía. Los objetivos principales de la fisioterapia son: favorecer la consolidación ósea, prevenir y tratar el edema y la atrofia muscular, mantener y recuperar la movilidad articular, fortalecer la musculatura debilitada, reducir el dolor, reeducar la marcha y el equilibrio, y facilitar el retorno a las actividades diarias y deportivas.
Durante la fase de inmovilización, la fisioterapia se centra en movilizar las articulaciones adyacentes no inmovilizadas para prevenir rigidez, realizar ejercicios isométricos (contracciones musculares sin movimiento) para mantener el tono muscular, elevar el miembro para reducir el edema y aplicar electroterapia (magnetoterapia, electroestimulación) para favorecer la consolidación ósea y controlar el dolor.
Tras retirar la inmovilización, se progresa hacia la recuperación de la movilidad articular mediante movilizaciones pasivas, activo-asistidas y activas, el fortalecimiento muscular progresivo, la reeducación propioceptiva para recuperar el equilibrio y la coordinación, ejercicios de carga progresiva según tolerancia y el entrenamiento funcional específico según las necesidades de cada paciente.
Las técnicas fisioterápicas más utilizadas incluyen: la magnetoterapia, que mediante campos electromagnéticos pulsados de baja frecuencia estimula los osteoblastos y acelera la consolidación ósea (especialmente útil en fracturas con retraso de consolidación), el ultrasonido pulsado de baja intensidad (LIPUS), que mediante ondas acústicas de alta frecuencia promueve la regeneración del tejido óseo y puede reducir el tiempo de consolidación en 20-40 días, la crioterapia (aplicación de frío) para reducir inflamación y dolor en fase aguda, el drenaje linfático manual para evacuuar el edema, la terapia manual para movilizar articulaciones y tejidos blandos, los ejercicios terapéuticos progresivos y la hidroterapia (ejercicios en piscina) que permite trabajar movilidad y fuerza con menor carga gravitacional.
La duración de la fisioterapia varía entre 3 y 12 meses según la gravedad de la fractura, pudiendo extenderse más en fracturas complejas. Es fundamental que sigas las indicaciones de tu fisioterapeuta y seas constante con los ejercicios domiciliarios para optimizar tu recuperación.
Los tratamientos biológicos y regenerativos representan una de las áreas más innovadoras en traumatología, aprovechando la capacidad natural del cuerpo para sanar y regenerar tejidos. Estas terapias están especialmente indicadas en fracturas con retardo de consolidación, pseudoartrosis (fractura que no consolida), fracturas en huesos con escasa vascularización y como coadyuvante en fracturas complejas para acelerar la consolidación.
El Plasma Rico en Plaquetas (PRP) consiste en obtener una concentración aumentada de plaquetas de tu propia sangre mediante centrifugación. Estas plaquetas contienen factores de crecimiento (PDGF, VEGF, TGF-β, FGF, IGF-1) que estimulan la proliferación celular, la angiogénesis (formación de nuevos vasos sanguíneos) y la reparación del tejido óseo. El procedimiento es sencillo: se extrae una pequeña cantidad de sangre (15-25 ml), se centrifuga durante 10-15 minutos para concentrar las plaquetas, y se infiltra el PRP resultante en el foco de fractura bajo control ecográfico. Como se trata de un producto autólogo (de tu propio cuerpo), no hay riesgo de rechazo ni transmisión de enfermedades.
Las ventajas del PRP incluyen: aceleración del proceso de consolidación ósea, reducción del tiempo de recuperación, disminución del dolor e inflamación, mejora de la vascularización local, procedimiento mínimamente invasivo y sin efectos adversos significativos. La evidencia científica actual muestra resultados prometedores en fracturas con retardo de consolidación y pseudoartrosis, aunque aún se requieren más estudios con mayor nivel de evidencia para establecer protocolos estandarizados. La duración típica del tratamiento suele ser de 1-3 infiltraciones separadas por 2-4 semanas. Las contraindicaciones incluyen infección activa, neoplasia en la zona, alteraciones hematológicas y tratamiento anticoagulante activo.
Las células madre mesenquimales representan una opción terapéutica aún más avanzada. Estas células tienen la capacidad única de diferenciarse en células óseas, cartilaginosas y del tejido conectivo, además de secretar factores tróficos que promueven la reparación tisular. Se obtienen principalmente de la médula ósea (mediante aspirado del hueso ilíaco) o del tejido adiposo (mediante liposucción mínimamente invasiva). Tras procesar y concentrar las células madre en laboratorio, se implantan en el foco de fractura, donde estimulan la regeneración ósea, mejoran la vascularización y modulan la respuesta inflamatoria.
Las células madre están especialmente indicadas en fracturas complejas con gran pérdida ósea, fracturas que no consolidan con tratamientos convencionales, necrosis avascular (muerte del tejido óseo por falta de riego), defectos óseos segmentarios y como coadyuvante en cirugías de injerto óseo. La evidencia científica emergente es muy prometedora: estudios demuestran que las fracturas tratadas con células madre mesenquimales presentan mayor tasa angiogénica, mejor reparación ósea y menor tiempo de consolidación comparadas con tratamientos convencionales. Sin embargo, se trata de terapias relativamente recientes y aún se requiere más investigación para definir los protocolos óptimos de aplicación.
La Clínica Albareda Traumatología Avanzada de Barcelona es pionera en España en la aplicación de estos tratamientos regenerativos para fracturas, disponiendo de un equipo especializado en medicina regenerativa que utiliza células madre autólogas y PRP bajo control ecográfico para optimizar la consolidación ósea en fracturas complejas. Su enfoque vanguardista combina la experiencia clínica con la tecnología más avanzada para ofrecer a los pacientes las mejores opciones terapéuticas disponibles.
El enfoque moderno del tratamiento de fracturas es multidisciplinar y personalizado, adaptando la estrategia terapéutica a las características específicas de tu fractura, tu estado de salud general, tu edad, tu nivel de actividad y tus objetivos funcionales.
En la práctica clínica habitual, comenzamos con el tratamiento de la fase aguda: reducción de la fractura (conservadora o quirúrgica) e inmovilización adecuada. Desde el primer momento, iniciamos medidas coadyuvantes: control del dolor mediante analgésicos apropiados (evitando el uso prolongado de AINEs que pueden retrasar la consolidación), aplicación de frío local las primeras 48-72 horas, elevación del miembro para reducir el edema, y profilaxis de trombosis venosa profunda en fracturas de miembros inferiores.
Durante la fase de consolidación (primeras 6-12 semanas), incorporamos fisioterapia precoz con magnetoterapia o ultrasonido terapéutico para estimular la formación de callo óseo, movilización de articulaciones adyacentes para prevenir rigidez, ejercicios isométricos para mantener la masa muscular y, en casos seleccionados, infiltración de PRP o células madre si existe riesgo de retardo de consolidación (fracturas de huesos con escasa vascularización, pacientes fumadores, diabéticos, osteoporosis severa).
En la fase de recuperación funcional (desde la consolidación hasta la recuperación completa, generalmente 3-12 meses), intensificamos el programa de fisioterapia con recuperación progresiva de la movilidad articular completa, fortalecimiento muscular específico, reeducación propioceptiva y del equilibrio, reentrenamiento de la marcha, ejercicios de carga progresiva, y readaptación deportiva en deportistas.
Si se desarrolla retraso de consolidación (la fractura no consolida en los plazos esperados) o pseudoartrosis (fractura que no consolida tras 6-9 meses), planteamos tratamientos más agresivos: aplicación de terapias regenerativas (PRP, células madre), magnetoterapia intensiva, estimulación eléctrica, injertos óseos (del propio paciente o sustitutos óseos), cambio del método de fijación si es quirúrgica, o combinación de varias de estas opciones.
Este enfoque secuencial y personalizado permite optimizar los resultados, minimizar complicaciones y acelerar tu retorno a las actividades habituales. En traumatología moderna, el objetivo no es solo lograr que el hueso consolide, sino conseguir que recuperes la función previa a la lesión con la menor discapacidad posible.
El pronóstico de una fractura es generalmente bueno si recibes tratamiento adecuado y sigues las indicaciones médicas. La mayoría de las fracturas consolidan correctamente y permiten recuperar la función completa o casi completa del miembro afectado.
El tiempo de recuperación varía significativamente según múltiples factores. Las fracturas simples, no desplazadas y estables suelen consolidar en 6-8 semanas en adultos. Las fracturas más complejas (conminutas, desplazadas, articulares) pueden requerir 12-16 semanas o más. Los niños y adolescentes se recuperan mucho más rápido que los adultos debido a su mayor capacidad de regeneración ósea: una fractura que en un adulto tarda 10 semanas puede consolidar en 4-6 semanas en un niño. Por el contrario, las personas mayores de 65 años pueden requerir períodos 50-100% más prolongados que los adultos jóvenes, y su recuperación funcional completa puede ser más limitada.
Factores que mejoran tu recuperación:
Posibles complicaciones:
Aunque la mayoría de fracturas evolucionan favorablemente, debes conocer las complicaciones potenciales. El retraso de consolidación (la fractura no consolida en el tiempo esperado) afecta al 5-10% de fracturas y puede requerir tratamientos adicionales. La pseudoartrosis o falta de unión (el hueso no consolida) ocurre en 1-5% de casos y generalmente requiere cirugía. La consolidación viciosa (el hueso consolida en mala posición) puede causar deformidad, acortamiento del miembro, alteración de la marcha o artrosis precoz de articulaciones adyacentes.
La infección es una complicación grave especialmente en fracturas abiertas, con incidencia de 2-10% en fracturas cerradas operadas y hasta 30-40% en fracturas abiertas de alta energía. La osteomielitis (infección del hueso) es una complicación seria que puede cronificarse y requerir múltiples cirugías y antibioterapia prolongada.
El síndrome compartimental es una emergencia quirúrgica que ocurre cuando aumenta la presión dentro de un compartimento muscular cerrado, comprometiendo el riego sanguíneo y pudiendo provocar necrosis muscular y nerviosa. Es más frecuente en fracturas de tibia, antebrazo y tras traumatismos de alta energía. Los signos de alarma son: dolor desproporcionado que no mejora con analgesia, dolor que aumenta al estirar pasivamente los músculos del compartimento afectado, palidez, frialdad, pérdida de sensibilidad y ausencia de pulsos (signo tardío). Requiere fasciotomía urgente (cirugía para abrir el compartimento y liberar presión).
La rigidez articular y atrofia muscular son complicaciones frecuentes tras inmovilizaciones prolongadas, especialmente en personas mayores. Por eso es fundamental iniciar fisioterapia precoz. La artrosis postraumática puede desarrollarse años después de fracturas articulares, afectando al 25-50% de pacientes con fracturas que afectan superficies articulares.
Otras complicaciones menos frecuentes incluyen: trombosis venosa profunda y embolia pulmonar (especialmente en fracturas de cadera y pelvis), lesiones vasculares y nerviosas, síndrome regional complejo doloroso (dolor crónico desproporcionado tras la lesión) y fracturas patológicas secundarias a osteoporosis que predisponen a nuevas fracturas.


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